CUARENTA Y UNO

Cuarenta años y un día, parece las condenas que se oían antiguamente, la verdad es que en el hipotético caso que fuera una condena sería una dulce condena. Si, ya sé, lo dijeron Los Rodriguez por boca de Calamaro, pero además de ser una de mis canciones favoritas hoy lo siento así. Cuarenta años y un día con mis amigos y viviendo la vida intensamente sería una dulce condena.

Ayer pude disfrutar de mi gente y no hay mayor satisfacción que esa, sentir el aprecio de la gente que tú valoras es el mayor valor que puedes obtener, además me obsequiaron con un gran regalo en el que estaban representados hasta los que no estaban. Queda muy tópico decir que no tengo palabras, pues palabras siempre hay, solo hay que buscarlas y en este caso no debo buscar mucho pues afloran solas, aunque tengo miedo de parecer cursi, para eso hay otros amigos que ocupan ese hueco (como veis no señalo a nadie). Definitivamente los regalos que se piensan son los mejores o al menos son los más valorados para mi y ayer todos los que recibí fueron pensados. Lo mejor de todo, tener a mis amigos juntos y que hubiera un alma mater organizadora (nunca mejor dicho lo de mater y si no, a ver que hacía repartiendo servilletas como si fueramos niños).

Como decía Miguel Ríos, "buenas noches, bienvenidos, gracias por estar aquí". No os nombro a todos por preservar vuestra intimidad, pero tengo ganas de agradecer vuestra presencia y la de los/las que no pudieron venir. Me sabe mal acabar, pero en algún sitio hay que poner el punto y final, aunque no tengo ganas, pues no sé si he expresado adecuadamente mi agradecimiento por vuestra amistad. En fin, si alguien tiene alguna duda, ¡que pregunte!.